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¿Dónde fue?

Consuelo Morales

Salimos a caminar y mirábamos las plantas que habían crecido después de la catástrofe de lluvias de fuego, las cenizas que trajo el viento de occidente tenían algo especial. La tarde cayó. Me quedé mirando el ocaso y cuando di la vuelta, me percaté de que ya no estabas. Sólo vi la figura de una enorme planta que, al soplar el viento, me recordó el insinuante movimiento de tus caderas al andar.

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Evolución

Susana Torres

El mundo seguía reglas distintas: la presencia de las gigantescas plantas era indomable. Pequeños artrópodos intentaban andar sin molestarlas, pero más de una vez vimos cómo los devoraban sin compasión. A pesar de ello, reconozco que nos fascinaron y no pudimos evitar coger algunas semillas. Fue un error. Ahora lo veo. Han colonizado nuestro planeta y exterminado a la mayoría de mamíferos. Sólo el fuego de las antorchas nos protege, hasta que ellas nos ataquen de nuevo.

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Agua y fuego

Raúl S. Martínez

Me advirtieron que nunca fuera a la playa de noche, pero no pude resistir andar descalza sobre la arena del mundo recién descubierto. Aquí los días son indistintos a los terrestres. Las noches, sin embargo, brindan un espectáculo único en el universo: algas bioluminiscentes juegan con el agua y el fuego, hacen parecer que son lo mismo. Debí aprender a nadar antes de abandonar mi planeta natal. Tardé en descubrir que nuestra mente y la de las polillas son semejantes.

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Silentes

Eugenia Nájera Verástegui

Durante mucho tiempo los humanos maltrataron a las plantas. En la mente de las personas, vivía la falsa creencia de que los árboles o flores son insignificantes, sin embargo, bajo la oscura tierra ellas se comunican a través de sus infinitas raíces. Una noche todo cambió. Chispas de fuego cayeron sobre los humanos y el suelo se tornó carmesí: la rebelión de las plantas había comenzado.

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Berzelius o el huésped atormentado

Vlad Martínez Cruz

Como no podían andar, reptaban. Invadían mi alcoba a medianoche, perfumadas de azufre. Sus caricias desgarraban mi carne, la tatuaban con sortilegios caldeos. Pedí permiso al barón D’Aubenoy para mudarme a la vieja torre de occidente, o a las perreras del castillo, pero él se limitó a sonreír. Sorbiendo su Borgoña, chispeantes los ojos a la luz del fuego, dijo: “No, Magister B., allí no hay mirillas para espiaros. Ya no disfrutaría viendo cuánto os aman mis rosas infernales.”

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Crisálidas

Karla Hernández Jiménez

La nave aterrizó en Alfa Centauri mucho antes de lo esperado. Decidí explorar el terreno. Nunca imaginé que los árboles de esta región fueran de un vivo color violeta. Son tan brillantes, que apenas logré ver cómo salían desde su interior bestias hechas de savia púrpura. Las flores caían al suelo enredándose entre mis tripas desechas en un interminable vuelo con el polvo estelar.

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Soledad y encuentro

Pedro Villarreal

Nos buscamos en planetas de cielos verdes habitados por insectos gigantes, medusas terrestres y aves bicéfalas, o en inmensos horizontes plagados de pulpos cósmicos.

Nada tiene sentido en soledad.

Cuando el viento sopla, trae consigo miles de mariposas que abren sus alas y se posan sobre flores anaranjadas cubiertas del rocío matinal. Veo a polillas negras, naranjas y azules que se mecen con el soplo de la brisa entre las hojas de un verde pálido.

Creamos la eternidad a través de figuraciones imaginarias.

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Terrario

Rosa Villena Ríos

Al abrir los ojos, contemplé un bello horizonte frente a mí. Parecía un lugar encantador hasta que lo vi de cerca y descubrí a esa horrible figura vegetal. Era amorfa. Me veía sin moverse. Más tarde me percaté de que se trataba de un simple terrario que resguardaba a un ser mitad planta, mitad monstruo.

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Encanto vegetal

Alberto Uriarte

Una sonrisa estiró sus labios tristes cuando, en el horizonte, la figura de su hijo desaparecido la esperaba con los brazos abiertos. Su atención sobre los frutos que recolectaba se volcó hacia la presencia de su niño, despegó sus pies descalzos de la fresca hierba para emprender carrera y abrazarlo. No obstante, al llegar a él, aquella imagen del pequeño se desvaneció quedando a merced del néctar y las fauces de una hambrienta planta carnívora.

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Sin regreso

Ara García

Al salir del escondite, fijé la mirada en el horizonte. Apenas había rastro de lo que apareció la noche anterior. Vi a las plantas, venidas desde el occidente, y comenzaron a atacarme. Corrí en busca de mi nave. Cuando bajé la velocidad me percaté de que una flor se adhería a mi piel con fuerza. Sentí algo en mis entrañas que se movió desde dentro y comenzó a empujar. Un tallo salió de mi ombligo. Entonces, sólo entonces, supe que ya no podría volver a casa.